A Algunos, los que han crecido más de la cuenta, esos que he tratado de degollar y no he podido, los he puesto en jaulas hechas de metal, así me evito la lata de estar domándolos en cada momento, sobre todo si pienso que con la única herramienta con que cuento es una soga. Ah! Una cosa que se me había olvidado: todos ellos tienen mi marca única, mis iniciales, puesta a fuego en su piel.
Los más débiles los he puesto es jaulas más simples, hechas sólo de madera. Esos, algunas veces, rompen las cercas y salen corriendo por ahí, a plena luz del día, haciendo lo que quieren y dejando sus fecas por todos lados. De todas formas, al pasar el tiempo, he aprendido a arreglar sus prisiones y encerrarlos nuevamente.
Ahora viene una confesión: Cómo los becerros que han crecido más de la cuenta --que a estas alturas se han convertido la mayoría en especies de "vacas sagradas"-- no tienen la posibilidad de salir, una vez llegada la noche, cuando todo está oscuro y no hay nadie alrededor, me preocupo de sacarlos de su encierro para que tomen aire y caminen por donde ellos quieran. Para que nadie se dé cuenta de que han salido, tomo sus fecas con mis manos y las dejo en lugares escondidos, bajo tierra, donde nadie podrá verlas a menos que escarbe muy profundo. Admito que luego de sacarlas es muy complicado volver a encerrarlos nuevamente, pero admito también que, el hecho de verlos caminar libres por el prado, me da una extraña sensación de libertad y culpa, un sorbo difícil de digerir a la mañana siguiente cuando veo que ellos me miran detrás de sus cercas con un rostro de complicidad pues nadie sabe "nuestro negocio"
1 comentarios:
Jonathan,
Es de alguna manera tenebroso lo que escribes pero me identifica.
Creo que somos los seres humanos un tanto tenebrosos, me pregunto que seria de nosotros sin SU gracia.
Solo eso.
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